Comentario
Capítulo LXIX
Que sabida por Manco Ynga la muerte de Quizo Yupanqui, envió mensajeros al Marqués, el cual fue al Cuzco
Muerto Quizo Yupanqui, quedaron en su lugar por Capitanes Yllatopa y Puyo Vilca, los cuales viendo la muerte de su General y el desbarate de los suyos, acordaron de retirarse a Xauxa. Así se fueron, con lo que del ejército les quedó, y desde Xauxa enviaron mensajeros a Manco Inga, haciéndole saber la muerte de Quizo Yupanqui, la cual sabida por él, recibió grandísimo pesar y tristeza, considerando la falta que le hacía un capitán tan valeroso y bien afortunado, y cómo se le desbarataban los pensamientos y designios que había en su mente fraguado. Y a un hijo que había dejado el Quizo Yupanqui, mancebo de buen ánimo, le hizo luego capitán y le dio las andas que había dado a su padre, honrándole lo posible, por animar a los demás a que le siguiesen y no le desamparasen en aquella ocasión. Luego despachó a Illatopa, mandándole que tomase todos los pasos dificultosos en los caminos, de suerte que de ninguna manera el Marqués Pizarro pudiese subir arriba, hacia el Cuzco, porque en esto al presente consistía todo su bien: evitarle no se juntase con sus hermanos y los demás españoles que estaban en el Cuzco.
Por mejor disimular su hecho y entretener al Marqués la subida, que la temía en sumo grado, envió mensajeros al Marqués, disculpándose de lo que había hecho, y diciendo que él no tenía la culpa dello, pues no se había salido del Cuzco y apartádose de sus hermanos de su propio motivo y voluntad, ni había querido intentar cosa contra el Marqués, a quien quería mucho, sino que forzado y compelido de los malos tratamientos de los demás capitanes y españoles, había procurado su libertad y salir de la sujeción y servidumbre en que lo tenían, todo por sacarle oro y plata, nunca viéndose hartos della, y deshonrándoles sus mujeres e hijas, y que así hasta la muerte los había de seguir, con todas sus fuerzas.
Oída la embajada de Manco Inga por el Marqués y lo que en ella le enviaba a decir, acordó con muchos soldados venirse de Lima al Cuzco, diciendo que, sin duda, él sosegaría a Manco Inga por buenos medios y razones y lo traería de paz pacífico y quieto. Aunque le tenían tomado los pasos, con todo eso pasó sin impedimento con su gente, y llegado al Cuzco, habiendo conferido con sus hermanos el modo con que lo traería, salió del Cuzco con mucha gente aderezada de armas y fuese a Tambo, donde estaba Manco Ynga, publicando que iba de paz a verse con él y hablarle y a dar traza cómo se sosegase, y de allí adelante no hubiese más guerra ni revoluciones entre él y los españoles. Así se lo envió a decir: que él iba a verse, pues él le había enviado a decir a Lima que con él no tenía enojo ninguno, sino con sus hermanos, que le habían tratado mal.
Manco Inga, oyendo esto, recelóse no le quisiesen prender sobre seguro y matarle, y así no quiso ver de paz, ni hablar con el Marqués, antes viendo que se iba allegando a Tambo con su gente, le salió al camino en orden de guerra, y le dio batalla, con tanta determinación, que el Marqués se vio en un aprieto notable con todos los demás que iban en su compañía, que les fue forzado por no perderse allí sin que escapase alguno, dejar los toldos y las camas y a gran prisa pasar el río y venirse huyendo a Yucay, donde hizo alto y estuvo algunos días, tratando lo que convenía hacer, y de allí envió mensajeros a Manco Ynga con mucho amor, mostrando le pesaba de todo lo sucedido con sus hermanos, y ahora con él, que su intento no había sido prenderle ni hacerle ninguna fuerza, sino sólo verle y tratar con él lo que él quisiese, para concertar la paz, y que se quietase con sus indios, asistiendo en el Cuzco, como solía de antes de las revoluciones, y que se viniese a Yucay do estaba el Marqués a comunicarlo. Pero Manco Ynga, recelándose que era trato doble para prenderle sobre seguro, nunca se quiso inclinar a salir de Tambo e ir a Yucay al Marqués, aunque cada día le enviaba mensajeros con presentes y regalos, de mil maneras, quejándose de Hernando Pizarro y de sus hermanos y capitanes, y que por amor dellos se había salido del Cuzco y alzádose, y que así se temía de ir al Marqués, porque ellos no le hiciesen mal, como siempre, sin darles ocasión, se lo habían hecho.
Andando en estos conciertos y embajadas, despachó Manco Ynga de secreto a Tico, haciéndole Capitán General del Collao, para que allí hiciese la más gente que le fuese posible, y él partió luego con su comisión, y le obedecieron e hizo gente, con la cual se estuvo en el Collao aguardando la orden de Manco Inga. Después de esto, viendo el Marqués que Manco Ynga no quería por buenas razones ni halagos venir de paz, determinó con los demás capitanes de concluir de una vez y darle batalla, con toda la gente que tenía consigo, y así salió de Yucay con este propósito, y fue a Tambo, donde está el Ynga, y en un recuentro que con él tuvo le desbarató e hizo retirar a Maybamba.
Allí hizo cabildo Manco Inga con los de su consejo y capitanes que con él estaban, y trataron de ir a la provincia de los chuis, porque le habían dicho que allí había una fortaleza que había hecho Topa Inga Yupanqui, su abuelo, llamada Uro Coto y, determinados de ir, se puso en camino para allá con todo el ejército que tenía allí, y fuese por los Lares de Hualla y de allí vino a Pilco, donde halló muchos negros e indios de Nicaragua, del Marqués, y a todos los mandó matar sin ninguna piedad. Estando allí supo por sus espías que los indios que estaban en sus pueblos le servían de mala gana y que estaban hechos a una con los españoles, sus enemigos, y visto ser así, los mandó matar a todos, haciendo un castigo ejemplar para hacerse más temido dellos y que otros no acudiesen ni sirviesen a los españoles, aunque los apremiasen para ello, sino se huyesen cuando los fuesen a coger.
Concluido con esto, se volvió poco a poco con toda su gente a Hualla, donde descansó un mes, y de allí se tornó a Maybamba, donde había salido, y estando allí tornó de nuevo a enviar mensajeros al Marqués Pizarro, diciéndole que para que entendiese su buen deseo y cómo él quería servir a Su Majestad y serle vasallo quitando la tierra, se vendría de paz adonde él estaba si mataba a sus hermanos, que tantos agravios le habían hecho, o cuando no les quisiese matar, por ser sus hermanos, que los desterrase del Cuzco y del reino, de suerte que no pudiesen otra vez hacerle daño ni molestia alguna. El Marqués, oyendo la embajada, le envió a decir que él le daba la palabra de echar a sus hermanos del reino y que en su presencia no se le haría ningún daño, sino que, como antes en el Cuzco, sería respetado y obedecido de los indios y nadie le daría enojo ni pesadumbre como él se pacificase y viniese a la obediencia que solía. Esto envió a decir el Marqués para atraerlo con seguridad al Cuzco y después hacer dél lo que se le antojase, pero no con intención de cumplirle la palabra ni seguro que le daba. El Manco Inga, creyendo que con sencillez y llaneza le prometía el Marqués aquello, y que echaría a sus hermanos como se lo decía, que era lo que él en deseo más tenía, vino luego de paz con su gente hacia el Cuzco. Estaba ya en Huaman Marca con ánimo al parecer olvidado de lo pasado. Cuando el Marqués lo supo que se acercaba envió españoles e indios que al disimulo llegado a él le prendiesen y se lo trajesen. Esta gente llegó adonde estaba Manco Inga y le dieron una vista, de arte, que él, mal asegurado y sospechoso de lo que veía, se puso en defensa, porque luego imaginó la verdad de lo que era y a lo que iban los españoles, los cuales le embistieron viendo que se ponía a defender, y él se retiró lo mejor que pudo hasta Chuquichaca, y allí, con más refuerzo de gente, como era animoso y no eran muchos los que le seguían, resolvió sobre ellos, cargándoles de manera que les obligó a volver, huyendo con harta prisa. Él los siguió hasta Tambo, donde reparó y se estuvo algunos días, en los cuales el Marqués, acabándose de desengañar que Manco Ynga de ninguna manera vendría de paz y era por demás aguardar a traerle por bien, pues estaba hostigado de la vez pasada, dejó recaudo bastante en el Cuzco a su hermano Hernando Pizarro, con orden que en habiendo ocasión de estar descuidado Manco Inga lo hubiese en las manos, y él se fue por Arequipa, y convidado de la fertilidad del asiento la pobló de españoles, señalándoles encomiendas, y de allí se abajó a la Ciudad de los Reyes.